lunes, 29 de septiembre de 2008

La despreocupación es un arte...

Que bien que sienta ver la televisión desde el sofá.

He de suponer que nadie antes ha afirmado esa proposición tan alegremente...

Situaciones, líos, enredos, idas, venidas, vueltas y "revueltas" de personajes, casi como en la vida real, si es que, por ejemplo, una discusión de la situación política española actual se puede incluir en la "vida real" sin caer en lo bizarro...

Si señores, esa situación es muy cómoda, nos da opción de opinar, de valorar, de comentar a terceros y de menospreciar situaciones que vemos y oímos, si viene al caso.

La vida "real" no deja de ser eso: Siempre hay alguien envuelto en una situación catastrófica, o al menos sentida así por esa persona, y recurre a gente, con los que, a menudo, apenas tiene contacto, para desahogarse desprenderse de esos sentimientos que le aturden, que le perturban hasta lo "indecible"...

Alguien, de entre la gente a la que se le ha confiado ese desahogo, disfrutará de recibir esa información, contarla a terceros, tener la opción de reirse un rato... Acto seguido al terminar el programa, es hora de apagar la tele y de olvidar aquello que se ha visto a "deshora" en cualquier programa de lo que hoy se llama "telebasura".

La vida de ese "televidente" no deja de estar vacía, de ser una negación en sí misma, de ser un boceto, un garabato. Creo que uno de los propósitos de que haya tantas personas en el mundo, además de desordenarlo hacia una entropía máxima, es el poder ayudar sin esperar nada, de satisfacer a nuestra conciencia para variar, en un mundo que parece estar regido por reglas proclamadas mas por algún demente que por una persona cuerda.

Si es que a una persona que, por ejemplo, discute por la situación política española actual se le puede llamar "cuerdo" sin caer en lo bizarro...

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